miércoles, 6 de octubre de 2021

Retos contemporáneos de la política: los antivacunas.

 

Hoy da comienzo de de manera oficial la campaña política (cada vez es más dicífil saber en que momento exacto empieza, de hecho, esta). El mosaico de partidos políticos  que intentan llevar un candidato a la silla presidencial es enorme para un país tan pequeño tanto en territorio como en cuanto al padrón electoral (3,5 millones de votantes).

Ideológicamente, de los 31 partidos inscritos a escala nacional (https://www.tse.go.cr/partidos_inscritos.htm), solo tres defienden un ideario o programa de izquierda (Frente Amplio, De los Trabajadores y Pueblo Unido) y dos presentan elementos que los podría ubicar en el centro-izquierda (Encuentro Nacional y Fuerza Democrática). Los restantes 26 son versiones  más o menos edulcoradas de una misma visión de mundo politicista en continuidad y consonancia con el modelo neoliberal imperante desde principios de los 80 del siglo pasado. Al decir del diputado y candidato presidencial José María Villalta, son “más de lo mismo”.

 Y a propósito de ideología (y que es a lo que quiero llegar escribiendo estas líneas) quiero reflexionar sobre lo que creo es un desafío adicional para las izquierdas democráticas en esta coyuntura derivada de la pandemia: los antivacunas.  Lo planteo de esta manera: ¿Se merecen los antivacunas alguna atención particular por parte de los movimientos o partidos políticos de izquierda? ¿Se puede ser tolerante con este tipo de extremismos? ¿Hasta dónde debe llegar el pluralismo, esto es, la tarea de integrar las diversas formas de pensamiento crítico y progresista en un partido autodenominado de izquierda? Repasando dos de los argumentos más esgrimidos por estos grupos trato de responderles además de señalar un camino del porqué las organizaciones izquierdistas deben de tomarse muy en serio tener a este tipo de militantes en sus filas.

Según les he leído a simpatizantes de partidos de izquierda  o con sensibilidades izquierdistas reticentes a vacunarse, su escepticismo se nutre de varios factores, entre ellos, los más destacados son: desconfianza hacia las corporaciones farmacéuticas y  preocupación por los efectos secundarios de la inyección.

Resistir el control y los abusos de las élites económicas y de las corporaciones transnacionales es un imperativo sensato  de alguien consecuente con principios izquierdistas. Estamos de acuerdo. Pero la razón también exige sentido común y colaboración. Está demostrado, por ejemplo,  que las dos dosis de la vacuna contra el Covid-19 previenen una eventual hospitalización en caso de contagio por el virus. La Caja, en este sentido,  no está pagando por un producto de ‘mala calidad’.

Luego, hacerse sujeto en un entramado social, es decir, tener capacidad de agencia, también es un principio valioso del pensamiento y de la práctica de izquierdas. Pero debemos ser razonables y aceptar que en muchas circunstancias nunca  podremos tener el 100% de control sobre lo que (nos) sucede. Nada nuevo bajo el Sol. Así que esperar, como lo he leído por ahí, que se necesitan más pruebas para estudiar el virus y eliminar hasta el último efecto adverso de la inoculación contra el SARS-CoV-2  para aceptar ponérsela, es algo tan  irreal como absurdo. “A largo plazo todos estaremos muertos”, había dicho Keynes para ironizar sobre la toma de decisiones de manera oportuna y en el corto plazo.

Los partidos políticos de izquierda así como los movimientos sociales progresistas deben tomar nota de estos comportamientos de sus militantes y colaboradores. La pandemia ofrece un escenario  a los grupos organizados de izquierda que hace  del equilibrio, la prudencia, empatía y la colaboración, virtudes indispensables, signos de responsabilidad ciudadana y de madurez política. Fórmula útil para ganar  simpatizantes, poder crecer y, quién sabe, algún día hasta para reformular el carácter del poder desde una silla presidencial.